30.7.08

Agua (parte dos).


Podríamos decir tantas palabras, odas, alabanzas y cánticos a la belleza, necesidad y complejidad del agua, elemento indispensable para la vida. Podríamos estar días enteros leyendo páginas y más páginas de agua ¿a qué agregar otras?

Quizás porque amamos la vida.
Porque deseamos que la muerte no nos arrebate la grandeza de los mares.
La limpidez de los ríos.
La frialdad de los pozos.
La pureza de las vertientes que corren secretas desde Los Andes.
Para que guardemos un respeto sagrado al uso o abuso.
No solo guardarla de contaminación para nuestros descendientes, cantarla para que en el canto haya defensa, si es posible.
Otros ya lo hicieron.
Otros que no están. Sus cuerpos dormidos son visitados por la lluvia de todos los inviernos, hasta que haya lluvia, hasta que haya invierno.

Teillier, por ejemplo.

Jorge Teillier llamado -en ese afán que tenemos los chilenos de dar apodos- "el poeta de la lluvia". Te comparto uno de sus poemas, todos ellos tienen la grandeza de un espíritu arraigado en el agua, en los bosques, en el Sur.



Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.


O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.


O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.


Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huída de toda una estación.


Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.

Pues siempre podremos estar en un día que no ayer ni mañana,
mirando el cielo nacid tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.



1 comentario:

alida dijo...

Ojo, precioso poema no lo conocía
Lindo texto todo
Feliz fin

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